La isla

Aquel hombre llevaba años, décadas, viviendo en esa isla. Y, a decir verdad, no se había manejado nada mal.

Hasta que comenzaron las visitas.

En realidad, al principio no eran visitas exactamente. Simplemente, de vez en cuando aparecía algún barco que se acercaba a algunas decenas de metros de la orilla. Alguna vez, incluso, le pareció ver que lo observaban con unos prismáticos, pero no podía estar seguro.

Que él supiera, esto solo había ocurrido unas cuantas veces, y hacía tiempo que no veía ningún barco suficientemente cerca, por lo que había dejado de darle importancia. En esta ocasión, sin embargo, el hombre que remaba la barca que se acercaba peligrosamente no se detuvo hasta llegar a la orilla. Parecía algo mayor que él, aunque no demasiado. En realidad, tampoco sabía muy bien qué edad tenía.

Lo único que sabía, o creía que sabía, sobre sí mismo —aparte de la imagen que el mar reflejaba cuando se acercaba al agua— era que se llamaba Reek. Al menos eso ponía en la plaquita que llevaba colgada al cuello desde que podía recordar. También ponía su fecha de nacimiento, pero no sabía la actual, por lo que no le servía de nada.

El hombre se quedó callado un momento, tratando de decidir cómo iniciar la conversación.

Hola —comenzó saludando con la mano con extraña efusividad.

Hola —contestó Reek un tanto incómodo—. ¿Quién eres y qué haces aquí?

Solo quería ver cómo estabas. Vaya, veo que aún sabes hablar.

No me has dicho quién eres —replicó Reek en el mismo tono de antes. Sí, sabía hablar, pero había perdido práctica y le costaba entonar las frases, por lo que alguien que lo escuchase sin verlo casi podría pensar que era un robot. En realidad, no recordaba ninguna ocasión en la que hubiese mantenido una conversación con nadie; a veces le daba por hablar solo, pero nada más.

Eso no importa ahora. De todas formas, siento que no soy bienvenido aquí. No te preocupes, no planeaba quedarme mucho —respondió el hombre mientras volvía a la barca. Minutos después solo era un punto negro en el mar, y Reek volvía a estar solo.

Esta visita le inquietó y le hizo recordar todas las veces que había avistado barcos y gente que parecía no tener otra misión que observar sus movimientos, su vida. Ahora estaba más convencido de que los prismáticos no eran imaginaciones suyas, y se asustó un poco. Además, comenzó a hacerse cientos de preguntas. ¿Dónde vivían esas personas? ¿Tendría cada uno su isla o todos estarían en la misma? ¿Por qué sabía hablar? ¿De dónde había salido? Su pasado no había sido motivo de preocupación hasta ahora.

La visita del hombre no fue un hecho aislado. Después de ver el sol esconderse unas cuantas veces, volvió. Siempre en la misma barca.

¿Por qué no vienes en uno de esos grandes barcos? —preguntó Reek la segunda vez.

No quería incomodarte.

Aún no sé tu nombre —casi le reprochó Reek la tercera vez.

Si quieres, puedes llamarme Mark.

¿Como el mar?

Sí, pero con “k” al final. Como en tu nombre.

Reek se dio cuenta de que Mark siempre dejaba pasar el mismo número de días antes de volver porque comenzó a hacer marcas en un árbol por cada día que pasaba. Además, el sol se encontraba en una posición similar en todas las ocasiones. Cada vez tenía más preguntas, pero el hombre parecía tener otras ocupaciones importantes, pues nunca tardaba en irse.

¿A qué te dedicas aquí? —aquella vez fue el turno de Mark de preguntar.

Busco comida. Bayas, pescado, lo que sea. Si hace bueno, a veces me doy un baño. Si tengo frío, me refugio en una cueva que hay más allá. Allí es donde suelo dormir si no lo hago al aire libre.

¿Y ya está?

¿Qué más debería hacer?

Nosotros realizamos un montón de actividades y juegos —comenzó explicando Mark—. También trabajamos, claro, pero no necesitamos buscarnos la comida. La compramos con el dinero que conseguimos.

Dinero —repitió Reek—. Me suena.

¿Te gustaría venir conmigo? —lo invitó de pronto. Reek lo miró confuso.

No lo sé. Estoy bien aquí —respondió lentamente, pensando en la propuesta del hombre, al que ya casi veía como un amigo—. No sé si sabría vivir con otras personas —de repente, miró a lo lejos y recordó algo que siempre había querido saber—. Por cierto, tú vienes de allí, ¿no? —preguntó señalando la dirección en la que solía ver llegar la barca.

Sí, ¿por qué?

¿Qué es esa especie de nube gris que siempre cubre esa zona del cielo?



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