El secreto del capitán


Cada día a las 12 de la noche toda la tripulación del barco dormía profundamente. Todos menos Finn. 

Finn era un muchacho de 17 años que no tenía a nadie en tierra. Desde los 13 años había estado surcando los mares del mundo en grandes embarcaciones pesqueras que iban de puerto en puerto vendiendo desde a los mercaderes más pobres hasta a las bodegas de la realeza.

Sus ojos negros como el carbón destacaban sobre una tez blanca que era incapaz de coger un poco de color con el sol del océano. Y eso que las jornadas en agosto eran calurosas, apenas había sombra en la cubierta de la embarcación y los mejores momentos para pescar solían ser durante el mediodía.

¿Por qué no podía dormir Finn? Porque compartía litera con el Capitán Tinnus. Y sabía que cuando navegaban por el Mediterráneo, algo extraño pasaba cada noche. Cuando el cuco de las cocinas cantaba las 12 y el eco del sonido rebotaba por el pasillo, el capitán se despertaba y, cuidadosamente, iba con mucho sigilo a la cubierta del barco.

Finn siempre se preguntaba adónde iría y por qué no lo seguía. Pero hacer eso era demasiado atrevido. Tinnus era un hombre con genio, con mucho vello en el cuerpo, alto y con unos ojos marrones que intimidaban a cualquiera. Tenía fama de triunfar con las mujeres en cada puerto, pero también había rumores de que abandonó a su primera esposa y a sus hijos para dedicarse al mar después de descubrir la pesca del Mediterráneo. 

Hoy ya era el duodécimo día consecutivo que el capitán hacía lo mismo. Finn ya no tenía uñas. Al principio se enfadaba porque al bajar de la cama lo despertaba. Pero ahora la curiosidad no podía más con él. Al principio pensó que iba al baño, pero un día se quedó despierto dos horas y el capitán aún no había vuelto.

Se acabó. Finn se levantó. Tenía que poner fin a esto. Necesitaba saber qué era aquello tan importante que hacía el capitán durante la noche. ¿Y si los más veteranos organizaban partidas de cartas apostando dinero por las noches? ¿O se pegaban un buen banquete con el pescado que se suponía que tenían que vender? Seguro que era algo de eso, el chaval estaba seguro.

Pero cuando salió sigilosamente a la cubierta cambió de idea. Escondido detrás de unos barriles, el muchacho quedó asombrado con lo que estaba viendo. Tinnus se encontraba acostado encima de la proa del barco, casi a punto de caer al agua. Pero eso no era todo. El mar desprendía un brillo jamás visto que transformaba su profundo azul en un violeta vivaz que deslumbraba a cualquiera. Y eso no era lo más inquietante. En mitad del brillo había otra silueta. La de una mujer.
En el centro de todo ese esplendor, una chica con cola de pez se aposentaba encima de una roca y conversaba con el capitán. Era una sirena. Ambos tenían una complicidad envidiable con su mirada. Cada palabra que decían y cada gesto en ellos transmitía una escena de enamoramiento más allá de lo natural. Al cabo de un rato empezaron a besarse, a darse caricias. 

– Quiero que vengas – exclamó la sirena.
– Sabes que no puedo, toda esta gente… lo soy todo para ellos, sin mí no podrían vivir.
– Déjalo todo y ven a mi reino. Te convertiré, no serás el único. Sólo necesito que me beses… Bésame debajo del agua.
– No… no puedo. Lo haría, pero no puedo.

En ese momento, la mirada de la sirena pareció hipnotizar al capitán. De repente, la criatura lo agarró con fuerza y tiró de él. Pero Finn estaba lo suficientemente cerca como para agarrar a Tinnus del brazo. En un cruce de fuerzas entre la sirena y el muchacho, el segundo no tuvo el suficiente equilibrio como para quedarse en el barco y los dos hombres acabaron cayendo al agua.

Pero el mar era distinto en ese momento. Finn podía abrir los ojos y ver con toda claridad lo que había en el fondo del océano: una gran ciudad compuesta por un gran castillo, una maravilla gigantesca que debía tener el tamaño de una isla. De los tejados se desprendía una luz brillante hasta la superficie del mar y cientos de sirenas, ballenas y delfines convivían en armonía. La sirena besó al capitán y al instante sus piernas se juntaron y se entumecieron para transformarse en una cola de pez. 

De la urbe submarina salieron muchas más sirenas que rodearon a Finn.

– ¿Tú también crees ser digno del amor de alguna de nosotras? – exclamaron.
– No, él nos desprecia. Ha intentado evitar que mi amado venga a mi mundo – gritó la sirena enamorada del capitán. 
– Entonces, tu destino queda a la merced de las corrientes – dijo otra sirena.

Y cuando esta última pestañeó, Finn se durmió profundamente debajo de aquellas aguas. Al día siguiente, se levantó en la orilla de una playa en la que nunca había estado, desnudo completamente y con un terrible dolor de cabeza. 

– ¿Habrá sido todo un sueño? – pensó. 



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